Taza de barro para el café de pueblo
Vaso robusto, borde cómodo, esmaltado interior pensando en el uso diario. El exterior guarda la huella del torno y pequeñas imperfecciones que cuentan su proceso.
Historias del taller, piezas que recuerdan la mesa de casa y el oficio heredado. Cada pieza recoge las huellas de mis manos y de la persona que la use.
Soy alfarero de oficio. Aprendí con maestros de pueblo y con el tiempo, el horno y las madrugadas se convirtieron en lección y en compañía. Aquí se cuece la cerámica popular: cántaros, jarros y vajillas pensadas para la vida cotidiana.
En el taller cada mañana huele a barro húmedo y a madera del torno; suena el roce de las manos, y el horno late como animal paciente. Trabajo con procesos lentos: amasado, modelado en torno, secado, primer bizcocho, esmaltado y la segunda cocción. No hay dos piezas iguales: la textura, el trazo y el esmalte cuentan pequeñas historias.
Vaso robusto, borde cómodo, esmaltado interior pensando en el uso diario. El exterior guarda la huella del torno y pequeñas imperfecciones que cuentan su proceso.
Grande, con capacidad para conservar granos o aceite. El esmalte y la cocción imprimen una pátina única.
Pequeña, pensada para la leche o el aceite. Su tamaño busca el uso diario y la familiaridad al tacto.
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